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    El arte como esperanza: la historia de Doña Omaira y su nieto Adrián, joven talento de música popular en Putumayo 

    MOCOA, Por Jaiver López – EL ESPÍA |

    En el corazón de Mocoa, donde la esperanza brota entre las ruinas que dejó la avalancha de 2017, vive doña Omaira Arteaga, una mujer símbolo de tenacidad. Durante 18 años ha vendido piña y chontaduro frente a la iglesia Inmaculada, en la avenida San Francisco, bajo el sol o la lluvia. Ese ha sido su sustento para sacar adelante a su familia. Su historia no solo es un testimonio de lucha personal, sino también un faro de esperanza para el talento joven del Putumayo.

    Doña Omaira lo perdió todo aquella madrugada trágica en el barrio San Miguel. La avalancha arrasó con su vivienda y pertenencias, dejándola solo con lo puesto y el coraje para seguir adelante. Años después, aún espera que el Estado le cumpla con la promesa de una casa digna. Pero mientras eso llega, no se ha detenido. Junto a su hija, Lorena Majín, ha redoblado sus esfuerzos para apoyar el sueño más preciado de la familia: el talento artístico de su nieto, Adrián Ortiz.

    Adrián, joven compositor y cantante de música popular, ha encontrado en el arte una forma de expresión y resistencia. Sus letras narran la vida cotidiana del sur del paíslas luchas de su gente y el anhelo de un futuro mejor. A pesar de las dificultades económicas, con humildad y sacrificio, su abuela y su madre han hecho lo posible para brindarle lo necesario: desde un equipo de sonido improvisado, hasta el vestuario para sus primeras presentaciones.

    “Queremos que la gente vea que en Putumayo no solo hay dolor, también hay talento, hay arte, hay jóvenes soñando con un escenario”, dice Lorena, mientras observa a su hijo practicar una nueva canción.

    Adrián, con una voz potente y mirada serena, ha empezado a tocar puertas, buscando la oportunidad de que su música traspase las fronteras del departamento. Aspira a que algún empresario, productor o medio de comunicación crea en él, en su historia y en lo que representa.

    El caso de Adrián no es único, pero sí emblemático. En un territorio históricamente golpeado por el abandono estatal, la violencia y la corrupción, historias como la suya son una muestra de que el talento florece incluso en medio de las adversidades.

    Doña Omaira, a sus años, sigue en las calles con su canasto de frutas, no solo por necesidad, sino como acto de amor. “Mientras tenga fuerzas, yo vendo mi piña y mi chontaduro, porque sé que algún día voy a ver a mi nieto en una tarima grande, y voy a decir: lo logramos”, afirma con una sonrisa que, a pesar de todo, no se ha apagado.

    Hoy, la historia de esta familia se convierte en un llamado a la solidaridad, al reconocimiento del talento local y al cumplimiento de las promesas gubernamentales. Porque detrás de cada vendedor, cada madre luchadora y cada joven soñador, hay una historia que merece ser escuchada. Y en Putumayo, sobran razones para creer que el arte puede abrir caminos donde antes solo hubo dolor.

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